viernes, 30 de marzo de 2007

La Próxima Semana…. más Cuentachistes


La próxima semana, más cuentachistes. Con esta frase debe finalizar el más reciente informe de la Misión para la Erradicación de la Pobreza y Desigualdad (MEPRD) y Planeación Nacional, por lo menos a lo que Cartagena se refiere.

Los entendidos en el tema de la pobreza local, como el Observatorio del Caribe, el proyecto Cartagena Cómo Vamos y los investigadores de la Universidad Tecnológica, le hicieron, inteligentemente, el quite a un debate que ni siquiera vale la pena encarar, entre otras cosas porque el argumento a refutar se hunde por su propio peso. Sin embargo, hay que salirle al paso, de alguna manera, a lo que toma forma de un intento descarado de tapar el sol con las manos. O, al menos, de hacer creer a la ciudadanía que solamente debemos seguir haciendo exactamente lo que ya se está haciendo para erradicar definitivamente la pobreza. En otros cuatro años, de continuar la tendencia que describen las extraordinarias cifras del MEPRD, estaríamos a niveles europeos de pobreza.

¡Mentiras! Nada más alejado de la realidad. Los esfuerzos son absolutamente insuficientes y la calidad de vida de los cartageneros no percibe mejoras sustanciales aún, muy a pesar de los primeros pasos del gobierno local en este ámbito. Especialmente cuando el estudio del MEPRD está basado en la pobreza por ingresos, (sin importar si el señor de la casa se toma sus ingresos en cerveza). Ello también deja por fuera del análisis el impacto de los programas asistenciales.

La directora de Planeación, Carolina Rentería, explica los resultados de forma verdaderamente insólita. Por un lado, dice, aumentaron los ingresos reales de los trabajadores en el período 2002-2006, cosa por demás falsa, pues el incremento anual de los salarios no refleja los respectivos incrementos en productividad de la mano de obra y del nivel de precios, por lo que el ingreso real está cayendo por cuenta de las políticas gubernamentales. Otra cosa es que la revaluación haya hecho lo suyo.

También, afirma la señora, que un aumento en las condiciones de empleo influye en la cifra. Esta afirmación pretende sustentarse con el hecho de que haya aumentado el número de afiliados a riesgos profesionales de 4’164.975 en 2002 a 5’637.676 en 2006, cuando está perfectamente claro que ello no es un indicador de las condiciones laborales como sí lo es, en cambio, el que a las 9:50 p.m. en Colombia es laboralmente de día, ya que el recargo nocturno comienza a pagarse a partir de las diez de la noche desde el año 2003. Las condiciones de empleo, notoriamente, no han mejorado en el período analizado.

Asimismo, lo que si es claro es que la pobreza disminuye a la par del desempleo y a medida que la economía informal pierde terreno. Fenómenos que no se están dando. Si no hay más ni mejores empleos cabe preguntarse ¿cómo está disminuyendo la pobreza por ingresos? Hasta hoy, la única razón que podría sustentar la disminución vertiginosa del número de pobres es que la pobreza misma los esté exterminando. Como claramente está pasando en las zonas más pobres del País.

Y la verdad es que están muriendo personas a causa de la pobreza, pero la mortalidad no es tan alta como para incidir en la cifra de forma tan determinante.

No vamos bien y, si nos ponemos a decir lo contrario, terminaremos peor.

La estrategia económica y de desarrollo debe ir más allá del modelo, muy en boga en estos días en casi toda Latinoamérica, de poner el pan en la boca. Se necesita un desarrollo que permita, en algún tiempo, a todos los ciudadanos poner el pan en su propia boca. No basta con dar pescado, hay que enseñar a pescar y, en este caso, asegurarse de que haya peces en el mar y de que haya luego quien compre el pescado; y dotar de cordel y anzuelo, porque ni eso hay.

martes, 27 de marzo de 2007

Enfermedad Europea Afecta País Latinoamericano


No es el virus H5N1 que produce la gripe aviar, ese es de origen asiático. Se trata de una enfermedad descubierta a mediados del siglo pasado en Europa, cuyos síntomas afectaron a toda una nación. Pérdida de la competitividad internacional, des-industrialización y aumento generalizado de los niveles de precios, son los fenómenos reveladores de la enfermedad. Su nombre, Enfermedad Holandesa.

Sucedió que un recurso natural se volvió en contra de la economía de un país cual enfermedad autoinmune, en la que el sistema de defensas del organismo se convierte en agresor, atacándolo en lugar de defenderlo. La nueva víctima: Venezuela.

La economía venezolana comienza a presentar los indicios claros de la enfermedad, aunque, por la particularidad con que es gobernado el País, entre otras circunstancias, podría hablarse de una variación de la misma.

No obstante, el padecimiento es innegable. Una fuerte demanda interna es un claro presagio. La des-industrialización, por su parte, ya está presente, manifestándose a través de una caída de la inversión privada y de la inversión extranjera directa, así como en un crecimiento constante y sesgado hacia el sector de bienes no transables. En cuanto a la competitividad, el gobierno mantiene una tasa de cambio subsidiada, que resulta haciendo más mal que bien en el largo plazo e imponiendo el único síntoma que, hasta el momento, había tardado en aparecer. Aunque la moneda parece no tener presiones alcistas (sino todo lo contrario hasta el momento), el gobierno mantiene artificialmente el poder de compra, acentuando el problema y evitando el efecto devaluacionista de la incertidumbre política y jurídica que, paradójicamente, aplazaría los síntomas catastróficos de la enfermedad.

La devaluación del Bolívar haría ganar competitividad internacional a las exportaciones venezolanas diferentes del petróleo, de manera que evitarla no hace sino aumentar la dependencia de éste. Según analistas, la devaluación la permitirá el gobierno sólo si el precio internacional del petróleo baja de 50 dólares por barril de crudo, pues allí comenzará el desajuste fiscal.

La enfermedad se encuentra en su fase de incubación y nadie está haciendo nada por evitarla. El síndrome se manifiesta completamente en el momento en el que el recurso se agota o bien pierde valor en el mercado internacional, según dice la teoría. Para Venezuela, con reservas de petróleo para unos 70 años más, las perspectivas son de largo plazo dependiendo de múltiples factores. Por una parte hay que considerar el orden (o desorden) internacional y, por otro, el desarrollo de fuentes de energía alternativas.

El tema internacional definirá cuánto impulsan los países desarrollados la utilización de fuentes de energía alternativa y, el empleo de una de estas, marcará el fin de la bonanza petrolera sin importar el tamaño de las reservas existentes. Ya sea por físico agotamiento o por sustitución, vendrá el día en que el petróleo no representará un recurso importante a nivel mundial. Ese día deberemos preocuparnos por los síntomas de la enfermedad que se está gestando hoy. Asimismo, hay que reiterar que, aun cuando el petróleo venezolano parece ser un recurso de largo plazo (lo que arrecia los riesgos de la enfermedad), las políticas macroeconómicas actuales tienen un efecto promotor de dichos síntomas. Recordemos que la competitividad de una economía no tarda mucho en perderse, pero puede tardar toda una vida en recuperarse.

Si el presidente Chávez permanece en el poder el tiempo suficiente y persiste en aplicar las medidas económicas actuales por medio de las cuales incentiva la apreciación de la moneda local, síntoma claro del padecimiento que nos ocupa, al mismo tiempo que despilfarra la oportunidad de oro de convertir a Venezuela en un país desarrollado, entonces, con seguridad, estaremos viendo no una manifestación alterna de la enfermedad holandesa, sino el nacimiento de la enfermedad venezolana.

martes, 20 de marzo de 2007

A Mitad de Camino entre la Pobreza y la Pobreza Absoluta


Ningún fenómeno ha flagelado a la humanidad tanto, ni por tanto tiempo, como la pobreza. Ella es el caldo de cultivo de males ulteriores de nuestra sociedad, pero, infortunadamente, los esfuerzos mundiales no son suficientes para su erradicación. Sus diferentes dimensiones hacen que sea un problema casi incomprensible y por ende, casi incurable. La antipatía que las clases menos favorecidas reciben constituye el “viento bajo las alas” del problema. Las medidas estatales, por otra parte, son paños de agua tibia.

El estándar de medición de pobreza establecido por el Banco Mundial contempla que, aquellos individuos que viven con menos de dos dólares al día, se consideran en situación de pobreza, mientras que, aquellos que lo hacen con un dólar o menos, se encuentran en pobreza extrema.

Bajo esta perspectiva el caso colombiano no es muy alentador. Hagamos el ejercicio hipotético de una familia promedio colombiana que vive con el salario mínimo de uno de los padres (porque con las actuales tasas de desempleo e informalidad sería una rareza que ambos devengasen dicho salario).

Convirtamos el salario mínimo vigente a la fecha a dólares según la tasa de cambio promedio del mes de enero del año en curso, (433.700 dividido entre 2.259,72) y obtendremos una cifra que rodea los 192 dólares. Divida esta suma entre el promedio de personas que conforman una familia en una ciudad como Bogotá (3,5) y tendrá que, cada uno de quienes la conforman, deberá vivir con unos 54 dólares al mes, 1.8 dólares diarios para cada uno de sus integrantes.

La situación empeora si se trata de una ciudad como Cartagena en la que el hogar promedio está conformado por 4,3 personas. Cada uno de estos integrantes deberá vivir con 1,5 dólares diarios. A mitad de camino entre la pobreza y la pobreza absoluta.

Y eso que hay quienes dicen que la moneda está revaluada.

Adicionalmente, el terrible nivel de desigualdad que padece la Nación, deja claro que existe una división. Deja claro que hay dos países, uno rico y otro pobre. Esta afirmación cobra especial relevancia toda vez que estas zonas de riqueza y pobreza están demarcadas en espacios geográficos bien definidos, tanto al interior del país como al interior de las ciudades. Al interior de una de estas zonas marginales uno podría encontrar niveles de pobreza comparables a los del África subsahariana.

La mala noticia no sólo es para los pobres, también lo es para los ricos. Si entre todos no hacemos algo la situación seguirá tendiendo a escapar de todo control. Los hechos recientes en Cartagena demuestran que el caldo de cultivo está casi listo, sus vástagos hacen de las suyas a los residentes y sólo son atrapados cuando cometen el error de hacérselo a los foráneos (siempre y cuando provengan de un país del primer mundo). Una reacción indolente de las autoridades policiales ante las denuncias de residentes comunes y presurosa ante las de ciertos extranjeros, hacen ver a los primeros como ciudadanos de segunda.

Hay quien se atreve descaradamente a afirmar que son hechos aislados. No lo son. La inseguridad crece en esta Ciudad como en otras de semejante tamaño al mismo paso que la pobreza se cocina en el fogón de la indiferencia. Sin embargo, no hay que culpar de todo al gobierno (aunque si de mucho), muchas de las causas de la pobreza son estructurales y no tienen una solución inmediata. Algunas de ellas siguen vigentes hoy, produciendo nuevos pobres cada día.

La profundidad de las raíces del problema es verdaderamente frustrante, petrificante cual medusa mitológica. La sociedad debe prepararse entonces para enfrentar el problema con herramientas poderosas. Los gobiernos locales y el nacional deben retomar las riendas de las metas del milenio y la sociedad civil jugar un rol activo más allá del simple señalamiento. Un rol que comienza con la sensibilización del individuo mismo.

Comencemos hoy.
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