La próxima semana, más cuentachistes. Con esta frase debe finalizar el más reciente informe de la Misión para la Erradicación de la Pobreza y Desigualdad (MEPRD) y Planeación Nacional, por lo menos a lo que Cartagena se refiere.
Los entendidos en el tema de la pobreza local, como el Observatorio del Caribe, el proyecto Cartagena Cómo Vamos y los investigadores de la Universidad Tecnológica, le hicieron, inteligentemente, el quite a un debate que ni siquiera vale la pena encarar, entre otras cosas porque el argumento a refutar se hunde por su propio peso. Sin embargo, hay que salirle al paso, de alguna manera, a lo que toma forma de un intento descarado de tapar el sol con las manos. O, al menos, de hacer creer a la ciudadanía que solamente debemos seguir haciendo exactamente lo que ya se está haciendo para erradicar definitivamente la pobreza. En otros cuatro años, de continuar la tendencia que describen las extraordinarias cifras del MEPRD, estaríamos a niveles europeos de pobreza.
¡Mentiras! Nada más alejado de la realidad. Los esfuerzos son absolutamente insuficientes y la calidad de vida de los cartageneros no percibe mejoras sustanciales aún, muy a pesar de los primeros pasos del gobierno local en este ámbito. Especialmente cuando el estudio del MEPRD está basado en la pobreza por ingresos, (sin importar si el señor de la casa se toma sus ingresos en cerveza). Ello también deja por fuera del análisis el impacto de los programas asistenciales.
La directora de Planeación, Carolina Rentería, explica los resultados de forma verdaderamente insólita. Por un lado, dice, aumentaron los ingresos reales de los trabajadores en el período 2002-2006, cosa por demás falsa, pues el incremento anual de los salarios no refleja los respectivos incrementos en productividad de la mano de obra y del nivel de precios, por lo que el ingreso real está cayendo por cuenta de las políticas gubernamentales. Otra cosa es que la revaluación haya hecho lo suyo.
También, afirma la señora, que un aumento en las condiciones de empleo influye en la cifra. Esta afirmación pretende sustentarse con el hecho de que haya aumentado el número de afiliados a riesgos profesionales de 4’164.975 en 2002 a 5’637.676 en 2006, cuando está perfectamente claro que ello no es un indicador de las condiciones laborales como sí lo es, en cambio, el que a las 9:50 p.m. en Colombia es laboralmente de día, ya que el recargo nocturno comienza a pagarse a partir de las diez de la noche desde el año 2003. Las condiciones de empleo, notoriamente, no han mejorado en el período analizado.
Asimismo, lo que si es claro es que la pobreza disminuye a la par del desempleo y a medida que la economía informal pierde terreno. Fenómenos que no se están dando. Si no hay más ni mejores empleos cabe preguntarse ¿cómo está disminuyendo la pobreza por ingresos? Hasta hoy, la única razón que podría sustentar la disminución vertiginosa del número de pobres es que la pobreza misma los esté exterminando. Como claramente está pasando en las zonas más pobres del País.
Y la verdad es que están muriendo personas a causa de la pobreza, pero la mortalidad no es tan alta como para incidir en la cifra de forma tan determinante.
No vamos bien y, si nos ponemos a decir lo contrario, terminaremos peor.
La estrategia económica y de desarrollo debe ir más allá del modelo, muy en boga en estos días en casi toda Latinoamérica, de poner el pan en la boca. Se necesita un desarrollo que permita, en algún tiempo, a todos los ciudadanos poner el pan en su propia boca. No basta con dar pescado, hay que enseñar a pescar y, en este caso, asegurarse de que haya peces en el mar y de que haya luego quien compre el pescado; y dotar de cordel y anzuelo, porque ni eso hay.